Nancy Loredo Zambrana

La violencia sexual considerada como un flagelo hacia lo más profundo de la dignidad humana, hoy en día lamentablemente las estadísticas resuenan en crecimiento cada vez más en todas las esferas de nuestra sociedad; llegando a identificarse parámetros aproximados que de 100 casos de violencia sexual, solo el 20% lo denuncia y el 80% queda en el silencio; es por ello, desde hace bastante tiempo atrás a nivel de la legislación boliviana y la propia legislación canónica, se hubieran dado pasos respecto a su procedimiento, atención, sanción y reparación, pero no es suficiente para mitigar esta problemática social, que es responsabilidad de todos.

Así también la Iglesia boliviana desde el 2019, comprometidos con la necesidad de proteger y restituir los derechos vulnerados contra la niñez y adolescencia; fue implementando acciones concretas para abordar los presuntos hechos de abuso sexual en los ambientes eclesiales; recayendo concretamente la apertura y funcionamiento desde el 2023 las comisiones de escucha conformada por personas responsables y entendidas en el tratamiento de la violencia sexual; esto como una medida para acoger, escuchar y acompañar a quienes en silencio han estado llevando en sus corazones la carga emocional de los sucesos dolorosos, que de ninguna manera, fueron responsables de haberlo experimentado.

Es así que reflexionar sobre el silencio, es una realidad para no cerrar los ojos, que aparentemente hace pensar que no hubiera generado mayor impacto o en su caso se hubiera “normalizado” en nuestra sociedad, sin embargo, esto no se puede apreciar de tal manera, dado que las secuelas emocionales para una víctima de violencia sexual, no es sencillo repararlo; por lo que dar el paso hacia la revelación implica todo un proceso sistemático, emocional, cognoscitivo y espiritual que la persona debe procesarlo en primera instancia para revelarlo y sacar a luz todo lo vivido.

Es de ahí que sabemos de muchos casos que solo en los procesos clínicos de terapia o de acompañamiento a través de la escucha pueden lograr verbalizarlo por primera vez, incluso después de muchos años transcurridos; está situación podría considerarse de repente, por la carga emocional y los fuertes sentimientos de culpa como un factor predisponente para permanecer en el silencio; y que de alguna manera, no permitió hacerlo con anterioridad; así también el elemento de la ambivalencia que es entendida como la experimentación de dos emociones contrarias, que se sienten al mismo tiempo, así por ejemplo “amor y odio”; “querer y no querer” (revelarlo o callarlo); aspecto que deben lidiar las víctimas antes de tomar la decisión de hablarlo o verbalizarlo.

Y un último elemento que me gustaría mencionar tiene que ver con la confianza; es decir que la víctima al haber atravesado por situaciones crónicas o recurrentes de abuso sexual en edades tempranas, se constituye en un factor de ruptura para que el aspecto de la desconfianza prime tanto en su mundo interior como en la percepción del mundo exterior; interpretando para sí que no vive en un mundo confiable; es así que se gesta un quiebre de la confianza a causa del abuso, que promueve una visión distorsionada del mundo circundante; por lo que volver a confiar a partir de la posibilidad de interponer una denuncia conlleva encontrarse con este elemento de si en verdad vale la pena exponerse a tanto dolor.

Lo que nos conduce a pensar, en la posibilidad que el paso para la reparación es la denuncia y la ruptura del silencio, como una alternativa para dar el salto de ser víctima a ser sobreviviente, de un hecho doloroso, pero que ahora se tiene la opción de transformar el daño, el dolor en una oportunidad de resistir esa experiencia y transformarlo en esperanza y cambio, en una posibilidad de volver a reconstruirse después de la adversidad, porque no fue su “culpa”, es por ello, que revelarlo implica dar un paso frontal de posicionarse con ese sentimiento enraizado en las profundidades del corazón de las víctimas de creerles a sus agresores y sentirse culpables de algo que en absoluto no lo fueron; además de permitir que estos eventos nunca más vuelvan a ocurrir con nadie más y menos en escenarios propios a la cultura del cuidado, que hoy en día todos y todas estamos llamados a promover como hijos de Dios, viendo al otro como imagen y semejanza de Él, que permitirá generar nuevos significados personales, para la construcción de nuevos proyectos de vida a partir de la reparación y la recuperación psicoafectiva.

最后, quiero puntualizar en la importancia de la presencia del apoyo del sistema familiar o principales referentes afectivos, que propician y/o acompañan en el proceso de la revelación, no para hacerlo mediático, sino como un proceso de acompañamiento y fuente de la resiliencia en este proceso de la recuperación una vez develado; dado que es importante resaltar que las y los sobrevivientes de estos sucesos dolorosos, no están solas ni solos, si no que se pueden apoyar en todo un sistema de red de apoyo para reconstruirse a partir de la resignificación personal, proyectándose hacia niveles incluso de la trascendencia que permite ser luz y fuentes de inspiración para otros.

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